El uso generalizado de armas de fuego desde finales del siglo XV obligó a reconsiderar la validez de los sistemas defensivos anteriores. Las nuevas construcciones debían resistir el impacto del fuego de cañón, ser fuertes y amplias para poder instalar sobre ellas la artillería defensiva, y necesitaban rampas para poder subir hasta arriba las pesadas piezas.
Los grandes sillares de piedra tampoco resultaban ya útiles puesto que un sólo disparo podía derrumbarlos y arrastrar grandes fragmentos de muralla. Eran también necesarias dependencias para pólvora, balas.... Tampoco resultaban útiles murallas elevadas, pensadas para evitar un asalto con escalas, puesto que eran un blanco demasiado claro y de escasa resistencia. La altura se fue reduciendo hasta hacerlas casi invisibles sobre el terreno, como en los alrededores del puente Suazo.
Glacis
Tampoco es útil una muralla cuadrangular ya que los cañones sólo podrían disparar de forma perpendicular y nunca hacia la base de la misma. Por eso van apareciendo baluartes, una construcción que emerge de los lienzos de las murallas formando un ángulo saliente con dos flancos que lo unen al muro. Esto permite abarcar más superficie de tiro y defender la base de las murallas.
La suma de frentes abaluartados va dando lugar a fuertes y fortalezas de formas poligonales en donde cada cara forma un frente abaluartado. Así se proyectan la Puerta de Tierra, el frente de Cádiz hacia el puerto y el primer fuerte de Puntales. A los pies de los sistemas abaluartados se construirán fosos, a su vez precedidos de amplios glacis.
Los glacis eran superficies en pendiente para dificultar el acercamiento a las defensas del mismo, obligando al atacante a descubrirse. Tras los glacis y sobre la pared exterior del foso se disponía la estrada o camino cubierto: un paseo de ronda a cubierto tras el terraplén de los glacis. Poco a poco se fueron haciendo más complejos con la aparición de revellines, minas subterráneas y garitas. Las minas o galerías subterráneas permitían comunicar a cubierto los elementos externos con el interior de la defensa.
La muralla rodea todo el casco histórico. Su construcción se inició en 1598, dos años después del saqueo inglés cumpliendo los criterios anteriores, si bien a raíz de este desastre Felipe II llegó a barajar dos ideas que nos sorprenden: abandonar la ciudad o convertirla en presidio. Andrea Doria dio el visto bueno a los planes, que se pueden resumir en la construcción de un castillo al norte de La Caleta (Santa Catalina), el cierre del istmo mediante un nuevo frente de Tierra bordeado por dos nuevos baluartes y la protección de la bahía mediante un castillo (Matagorda) y una plataforma artillada (Puntales).
Andrea Doria fue almirante y hombre de Estado genovés, que en 1528 pasó al servicio del reyI de España. El apoyo de su marina dio a Carlos I predominio en el Mediterráneo occidental frente a los franceses, turcos y berberiscos.
Proyecto de fortificación de Cádiz 1578
Existió un proyecto original de Calvi en el que el recinto amurallado y con baluartes sólo llegaba hasta la actual calle Sagasta, puesto que el territorio habitado entonces llegaba desde el frente de tierra hasta poco más de la actual calle Columela.
Cantería colocada a tizón
Ripio: Conjunto de trozos de ladrillo, piedras y demás materiales de desecho de una obra de albañilería que se emplean para rellenar huecos.
Era conveniente dejar un territorio sin construir a los lados interior y exterior de las murallas para evitar que el enemigo pudiera parapetarse y realizar movimientos de tropa dentro del trazado urbano. Trajo como inconveniente la desconexión con Extramuros y como ventaja la aparición de zonas de ocio como la Alameda o el Parque Genovés.
Las principales defensas se orientaban hacia el interior de la bahía y el puerto, por donde era previsible que vendrían las amenazas. Hacia el mar abierto eran más débiles porque la costa abrupta y rocosa suponía una defensa natural. Por eso la muralla y los baluartes del puerto son los primeros en ejecutarse. Tenía dos puertas abiertas a los muelles: la de Sevilla y la del Mar, y cinco baluartes para la artillería: Santiago, los Negros, la Cruz, San Antonio y San Felipe. Estas defensas serían posteriormente reforzadas y modificadas.
Los baluartes y las cortinas de las murallas debían acercarse al mar lo más posible para evitar desembarcos. Se especifica que el frente de los baluartes sería de 18 pies sobre el suelo con un declive de 1/6. El muro debía ser en su interior de mampostería y el exterior de buena cantería colocada a tizón, al menos en las tres primeras hiladas. De no haber sillares sería suficiente hacer la muralla con ripio bien revocado. Para la construcción se usaría piedra ostionera. El grueso del parapeto tendría 10 pies y los contrafuertes interiores estarían separados entre sí 14 pies.
En la construcción de un muro se denomina “a soga” cuando se disponen los sillares o bloques colocando en horizontal su lado más largo. Se dice “a tizón” cuando se muestra al exterior el lado más corto. La combinación de ambos se llama “a soga y tizón”.
Ripio: conjunto de trozos de ladrillo, piedras y demás materiales de desecho de una obra que se emplea para rellenar huecos.
La ciudadanía no consideraba acertado el fuerte de Santa Catalina, prefiriendo que la ciudad quedara totalmente cercada por murallas. Era una concepción anticuada frente al desarrollo de la poliorcética. El sistema moderno, llamado “el italiano”, se basaba en baluartes de planta pentagonal avanzados sobre la línea de defensa reforzando las esquinas de una plaza fuerte.
Poliorcética: arte de asediar y defender una plaza fuerte.
Las murallas fueron constantemente restauradas y ampliadas, siendo las del Frente del Tierra las que más intervenciones y reformas sufrieron. Su función era la defensa de Cádiz, reforzada con baluartes para cerrar también el acceso al interior de la bahía. Excepto el “frente de Tierra”, el resto de la muralla se construyó lindando con el mar a fin de dificultar posibles desembarcos.
La ciudad se recupera rápidamente gracias a la importancia del comercio con América. El castillo medieval todavía permanecía en pie, utilizado como almacén y polvorín. En 1607 la ciudad emitió un informe al rey pidiendo su derribo y uso como cantera para las construcciones. Nunca se llevó a la práctica.
En 1612 ya estaban avanzadas las cimentaciones de los fuertes del Puntal y Matagorda. El de Matagorda tenía estacas clavadas en el fango hasta encontrar tierra firme. La manera de trabajar sería la indicada en el libro de Rojas de 1607 y que puede observarse en la ilustración. Después se colocaba una hilera de piedras. Los pilotes, de medio pie de espesor, se colocaban al tresbolillo separados dos pies entre sí, lo que suponía unas 4 estacas por metro cuadrado.
Tresbolillo consiste en la colocación en filas paralelas, de modo que las de cada fila correspondan al medio de los huecos de la fila inmediata, tal que formen triángulos equiláteros.
El fuerte del Puntal no precisaba pilotes pues el suelo era arenoso y situado dos brazas bajo el agua (1.68 m). Se echaron en su lugar “seis carretadas de cantos grandes”, indicando con ello Rojas que seguía las instrucciones de Vitrubio y Palladio, igual que se hizo en el puente Suazo.
Entre 1620 y 1630 se procede al amurallado de algunas zonas como la Caleta, donde se levanta el baluarte de los Mártires. El conde de Molina, gobernador de Cádiz de 1650 a 1660, revistió de piedra y cal el exterior de las murallas. Hasta entonces los muros estaban fabricados con tierra y fajinas, desmoronándose continuamente con las lluvias.
Para proteger la canal de entrada al puerto se construyó en 1672 el baluarte de la Candelaria, frente a la iglesia del Carmen. De la misma época son las murallas-baterías de San Pedro y San Pablo en el centro de la playa de La Caleta así como los baluartes: del Orejón, en la Puerta de la Caleta, y el de Capuchinos.
El frente entre Santa Catalina y San Felipe fue de los últimos en terminarse ya que la orografía de la costa facilitaba su defensa de forma natural. Entre 1710 y 1712 quedan unidos Candelaria y San Felipe. Sobre este nuevo tramo de muralla surgiría la Alameda.
Durante el siglo XVIII se inician las obras del castillo de San Sebastián (1706) y San Carlos (1784). En los extremos de la parte estrecha y elevada del istmo los baluartes de San Roque y Santa Elena (antes Benavides) fueron remodelados a lo largo del siglo XVIII, unidos por un lienzo de muralla con la puerta de la ciudad y el pesado torreón defensivo sobre ella. Esto formaba el denominado Frente de Tierra, conocido como Puerta de Tierra, que separaba la ciudad histórica del resto. Rematando esta línea se construyó en 1775 el Baluarte de Santiago (Muralla de Los Negros), artillado con 6 piezas que apuntaban a la Bahía.
Aún hoy se conservan las murallas de San Rafael y San Miguel, en el Campo del Sur, que eran conocidas como las “murallas del Vendaval”. Debido a los continuos temporales sufrieron derrumbes y tuvieron que ser reconstruidas varias veces. Este tramo no debió su origen al temor a enemigos, sino a los daños causados por los temporales. Fue el último en amurallarse. Su orografía y los continuos embates de las olas dificultaban cualquier ataque enemigo. No se terminó hasta 1791. Dada la amplitud entre la muralla y las construcciones era posible instalar baterías defensivas en el terraplén existente, además de los baluartes y plataformas: Los Mártires, Capuchinos, San Rafael, San Nicolás y Matadero.
Para defender las murallas de los destrozos producidos por el mar se plantean varias ideas a lo largo del s. XVIII. La decisión final fue poner una escollera formando un dique con talud de 45º y piedras de unas 3 toneladas de peso. Posteriormente Juan Cavallero retranquea la parte superior buscando un efecto botaolas. Cayó en 1792, un año después de su construcción.
Se intentó otro proyecto que incluía una rampa de madera de unos 15º para disipar la energía del oleaje, protegiendo su pie por una escollera. En cuatro años quedaron destruidas. Castro comenta en 1859 que aún podían apreciarse algunos restos.
La llegada de la máquina de vapor supone mejorar los rendimientos de las obras, al manejar mayores volúmenes y pesos. Se decide colocar grandes piedras a modo de escolleras en las zonas más acometidas. Los daños provocados por los temporales y la necesidad de obras de mantenimiento son una constante.
Murallas en 1900, se puede ver el mal estado del pavimento, los locales y trasteros, también la Estación de tren , Baluarte de los Negros y el capitel de las Puertas del Mar.
Ya comentamos en capítulos anteriores la vulnerabilidad de Cádiz por su situación geográfica, importancia del puerto y enclave comercial. Tras ideas incluso de abandonar la ciudad se decidió su fortificación mediante murallas, baluartes, fuertes y baterías. Desde entonces las murallas se convirtieron en parte del paisaje de la ciudad
En el siglo XX se produce la ruptura de Puerta de Tierra para mejorar el tráfico de entrada y salida al casco urbano, se urbanizan los terrenos de los baluartes de San Antonio y San Carlos, así como lo que sería la plaza de España.
A principios del siglo XX Cádiz era una ciudad con un comercio en decadencia tras los esplendores anteriores y una industria retrasada respecto al resto de España y Europa, que ve que las murallas ahogan sus posibilidades de expansión y modernización. La defensa militar pasa a segundo plano y las murallas se convierten en un problema para los gaditanos que demandarán su derribo.
En otras ciudades españolas ya se habían derribado total o parcialmente las antiguas murallas que las rodeaban y en Cádiz cada vez se achacan más a ellas las causas de la decadencia. Por un lado se pretende una expansión industrial por Puertatierra y por otra parte se intenta liberar de las servidumbres militares por todo el entorno costero. A diferencia de otras ciudades Cádiz sólo podía crecer hacia Extramuros ya que el resto estaba rodeado por el mar.
En 1904 se retoman estas pretensiones bajo la alcaldía de José Luis Gómez Aramburu. Tengamos en cuenta que el concepto de puerto era muy distinto al actual. Los barcos fondeaban en la bahía y la carga y descarga de mercancías, así como la subida y bajada de pasajeros, se hacían mediante pequeñas embarcaciones hasta el pie de las murallas donde existía una zona portuaria pequeña sin apenas calado durante las horas de bajamar.
Cayetano del Toro afirmaba que la bahía de Cádiz era un magnífico puerto natural pero que el puerto de Cádiz era el peor de todos. Las propuestas hablaban de ampliar la zona portuaria y dragar la dársena, dejando pendiente derribar o no las murallas, si bien se advertía que eran una dificultad para la actividad portuaria.
El 13 de febrero de 1906 se aprueba el derribo de las murallas. Los costes irían por cuenta del municipio y se le autoriza a utilizar los materiales resultantes.
Las obras dan trabajo a multitud de obreros. Surgen dificultades durante varios años: qué hacer con los escombros y el retraso de las obras. En algunos lugares se autoriza el uso de explosivos.
La ceremonia de derrumbe de la primera piedra fue una fiesta para la ciudad con gran afluencia de ciudadanos, como se puede ver en las fotos adjuntas publicadas por “De Cádiz al cielo Pereira”. Fue el 3 de marzo de 1906 y dos días después comenzaron los trabajos de verdad por la calle Isaac Peral (actual paseo de Canalejas).
Hoy la muralla urbana de Cádiz se conserva casi toda. El frente marítimo es el mejor conservado, con los diferentes baluartes y el castillo de Santa Catalina. La zapata y los trabajos de reparación en su cimentación suelen ser suficientes. El Frente de Vendaval generó problemas de construcción debido a la inestabilidad del terreno y por la constante presión del mar. Siguen siendo necesarios periódicos trabajos de conservación pese a que los bloques de hormigón disipan la energía del oleaje. Los trabajos de mantenimiento no se realizan con las frecuencia y rapidez necesarias por su coste y las disputas entre administraciones.
De vez en cuando surge la idea de prolongar la muralla en el baluarte de San Roque hacia Santa María del Mar. Esta recuperación del frente marítimo antiguo, supondría un avance hacia el mar de unos 40 metros de media.
Las murallas de Cádiz son reflejo de las características históricas, geográficas, culturales, paisajísticas y arquitectónicas de la ciudad y su evolución en el tiempo, con las limitaciones que ofrece el entorno natural. Sus principales valores son:
Se integran dentro del paisaje de la ciudad. La zona de las murallas constituye una zona de esparcimiento, ofreciendo vistas en armonía entre el conjunto histórico y el entorno natural.
Patrimonial: aporta autenticidad y es reflejo de la historia y la lucha de la ciudad contra el mar y los invasores.
Natural: las murallas se emplazan en el perímetro del resalte rocoso que constituye la isla de Cádiz, constituido por piedra ostionera, material que conforma los sillares, sillarejos y mampuestos de paramentos empleados en la construcción de defensa.
Defensa y protección: cumplen una función de defensa y protección de la ciudad frente a temporales e invasores.
Patrimonial: la muralla urbana de Cádiz es Bien de Interés Cultural desde 1985, teniendo también la mayoría de sus baluartes y castillos declaraciones de BIC.
Sillarejo: piedra menor al sillar, con un labrado menos cuidado y dimensiones que no llegan al espesor del muro.
Mampuesto: piedra que se puede colocar en obra con la mano.