Napoleón era el señor absoluto de Europa pero la escasa escuadra española, al mando del Ignacio de Álava, y la inglesa, al mando del contralmirante Purvis, hicieron posible el abastecimiento de víveres a la población sitiada.
En los primeros momentos del asedio hubo una preocupante escasez de leña y de ello dependía la fabricación de estacas con las que estabilizar el fango de las defensas que se construían en todo el contorno del caño de Sancti Petri, e imprescindible para hornear el pan que consumía una población engrosada con las tropas y los representantes de las Cortes, que pronto iniciarían las sesiones para redactar la primera constitución liberal española en el Teatro de Comedias, actual Real Teatro de las Cortes de San Fernando.
La provisión de víveres del Ejército y la Marina no cubría la demanda diaria de pan. Por eso el Director General de Provisiones envió un oficio a la Junta de Defensa solicitando que “se proporcione la Casa-Horno desocupada y la artesa del panadero Conejero… …al no ser bastante los hornos de la provisión para el crecido número de pan que se ha aumentado con motivo de la venida del ejército”. Ante la petición la Junta acordó el 10 de febrero de 1810 comisionar “al señor don Francisco Zimbrelo para que facilite la citada casa y artesa”. Se dio un paso más para solucionar el problema exhortando a las mujeres del pueblo a que amasaran y cocieran pan para aumentar el abastecimiento. Fue lo que el pueblo de San Fernando llamó el “pan del soldado”.
Para eso era necesario tener leña suficiente, el combustible fundamental para la cocción. El 2 de febrero de 1810 la Junta de Defensa ya había acordado que se cortaran todos los pinos que se pudieran embarcar en el mismo día, para lo que se pide auxilio de hombres al ejército. Este acopio procedía del pinar de la Barca y del Cotillo, en Chiclana, al otro lado del caño Sancti Petri. Tenía a la vez la intención de retrasar la primera línea parapetada del enemigo. Pronto se agotó y el bloqueo francés obligó a recurrir al escaso arbolado de huertas, calles y jardines que aún quedaba en La Isla. Algunos vecinos donaron los olivos de sus huertas y jardines para hacer leña de ellos.
El problema era tan grave que la Junta de Defensa ordenó cortar todos los retamares y almacenarlos por si fueran necesarios para cocer pan. En la sesión del 17 de febrero de 1810 se insistió en buscar soluciones y propuso utilizar el estiércol seco de las caballerizas como combustible.
Además de leña para los hornos, fue preciso hacer acopio de maderas y estacas para construir o reparar las baterías que rodeaban La Isla de León. No se encontraron en los lugares anteriores más pinos. Hubo que buscar alternativas y se aprobó utilizar las maderas y vigas de las casas ruinosas de San Fernando.
Se había pedido auxilio a de Cádiz para el acopio de las necesarias estacas pero a la vista de la respuesta evasiva se acordó pedirla directamente al duque de Alburquerque.
Una vez recogidas todas las viejas vigas de La Isla y usadas las que aportó de Cádiz, se empezó a talar el último pinar que existía en la ciudad: el pinar de la Casería de Infante (situada en un extremo del actual recinto de los Polvorines de Fadricas) por orden de la Junta de Defensa del 6 de febrero de 1810. La arboleda quedó prácticamente exterminada. Ya se quejaban los herederos de don Juan de que los soldados que utilizaron su casería como lazareto hasta 1733, habían cortado parte del pinar para hacer leña. Pero no debió ser nada comparado con la tala masiva de 1810.
Para satisfacer el aprovisionamiento de la población se intensificó el comercial marítimo, que estaba protegido por la armada inglesa, la cual garantizaba la entrada y salida de mercaderías.
La máxima autoridad militar de las tropas inglesas en Cádiz y La Isla de León era Thomas Graham, oficial del ejército británico durante las guerras contra Napoleón. Desde el primer momento se evidencia que la logística es una de las principales preocupaciones de los responsables ingleses. Ya en la carta que le envía Lord Liverpool el 19 de febrero de 1810 con su nombramiento, le indica que una de sus funciones será poner los medios para que el abastecimiento de la población en la zona sitiada no corra riesgo, especialmente en lo concerniente al agua potable.
La distribución de mercancías por La Isla (San Fernando) se realizaba a través del caño Sancti Petri. En 1810 era navegable en toda su longitud y de él salían varios caños que terminaban en puntos de desembarco, siendo el más importante el de Gallineras, por donde entraba casi todo el pescado que se consumía en La Isla y de donde salían los cargamentos de piedra y yeso, que se extraían de la cantera del cerro de los Mártires.
Los franceses asentaron baterías lo más cerca posible al caño para intentar molestar su navegación, alcanzando a menudo a los barcos y contribuyendo a que disminuyera la comunicación, que se hacía arriesgada por aquella importante arteria.
Los lazaretos de marina formaban parte de un cordón marítimo de seguridad que impidiera la entrada o salida de buques sospechosos de contagio. Además del de la Casería de Ossio existió otro en la zona de Puntales. El de la Casería, llamado “Lazareto de Infante” aparece en la carta náutica elaborada por Rosily. Además de atender a los enfermos también recibían las mercancías y equipos de las embarcaciones mientras duraba el período de cuarentena.