Las marismas fangosas y el laberinto de esteros y canales eran un buen obstáculo natural pero también una dificultad para de instalar baterías en los puntos adecuados para repeler los intentos de invasión franceses.
La escasa solidez del terreno imposibilitaba afianzar la artillería. Cualquier elemento que proporcionara cierta estabilidad tenía que ser aprovechado. Las montañas endurecidas de sal acumulada en los “tajos” de las salinas eran el mejor lugar para asentar las baterías. Los muros que delimitan el perímetro de las salinas, “la vuelta de afuera”, eran otro elemento que aportaba solidez al terreno y permitía instalar sobre ellos las baterías con un mínimo de garantías. Las de San José y Gallineras Baja son dos ejemplos de baterías instaladas aprovechando estas estructuras.
Cuando no era posible, se utilizaba el fango extraído de las fosas excavadas en el perímetro de la batería para elevar el terreno y formar una explanada con una altitud tal que quedara a salvo de la pleamar, fijándola mediante estacas clavadas verticalmente. Tal es el caso de la batería Trinidad. Sobre estas explanadas se colocaban las piezas de artillería, protegidas por muros construidos con el mismo fango, con salchichones y en el mejor de los casos con rocas ostioneras. Son elementos constructivos elementales pero escasos en aquella situación. A pesar de lo básico de su construcción, de los materiales empleados y de la falta de todo tipo de recursos para su mantenimiento, tanto materiales como humanos, estas fortificaciones cumplieron su misión de detener el avance del ejército más poderoso en el momento.
Por ejemplo, el 26 de abril Manuel Zappino, brigadier de ingenieros, envía un oficio a Joaquín Blake, jefe de estado mayor y capitán general, expresándole que al llegar el ejército a La Isla no había más defensas estables que las de la cabeza del puente Zuazo por lo que es necesaria una línea de defensa junto al caño Sancti Petri.
La falta de mano de obra fue otro problema. Los trabajos de construcción y mantenimiento de las baterías eran realizados por los soldados, que empalmaban sus turnos de guardia con los trabajos en las fortificaciones. Nazario de Eguía detalla la situación de la tropa en el oficio que elevó a su superior, Pedro Agustín Guirón, el 23 de abril de 1910 previniendo sobre el sobresfuerzo de la tropa y el peligro de enfermedades causadas por un “insufrible cansancio excesivo”.
En definitiva, un sistema defensivo a base de materiales precarios y con un personal insuficiente y agotado fue suficiente para contener al ejército francés con la ayuda del entorno natural.